Una ciudad con casi 500 años de existencia, tuvo sus emocionantes
momentos de la primera vez que… De algunos de ellos quiero hablar ahora.
Según los más avezados historiadores, los primeros años de la Villa
fueron difíciles, (la historia se repite una y otra vez). Las calles eran
fanguizales y hasta empedrarla fue un acontecimiento que signó el nombre de
una. Pero lo más complicado no fue eso, es que los sancristobaleros no se
podían enfermar porque los servicios médicos eran inexistentes: no había medico
ni farmacéutico.
Esta comprobado que el primer médico que arribó a esta urbe, con
titulo y permiso para ejercer, fue el licenciado Gamarra, por el año 1569. Pero
eso, desde mucho antes, Juan Gómez, poseía patente de barbero y cirujano, lo
que hacía de los hidalgos habaneros, gente de buen ver, pelados y afeitados y,
los aquejados, veían salir de sus vientres la maldita apéndice.
El tal Juan Gómez, recibió su permiso en el Cabildo del 26 de agosto
de 1552, bajo la presidencia del gobernador doctor Gonzalo Pérez de Angulo, por
considerarlo “maestro examinado en el
dicho oficio é hábil é suficiente para lo usar y ejercer.” Y para que no
hubiera dudas, se prohibió durante el tiempo que el Gómez residiera, que otra
persona cortara pelos y barbas y amputara, curara y demás actos de la cirugía.
Monopolio absoluto, vaya usted a saber cuánto pagaba de impuestos.
Otro por primera vez lo
protagonizó la imprenta, introducida en La Habana, allá por el año del Señor de
1723, de la mano de un extranjero, el belga Carlos Habré, nacido en Gante. Y
aunque algunos afirman que el avezado flamenco hizo algún dinerillo por la
izquerda, lo cierto es que la primera muestra que se conserva de su hacer es la
llamada Tarifa General de Precios de Medicina, el mencionado año de 1723. El folleto
tiene 26 páginas y en ellas aparecen, por orden alfabético, las medicinas y los
precios.

Y llegó el momento de mencionar al primer periódico literario: el
Papel Periódico de la Havana, aparecido en 1790. Fundado por Don Tomás Romay y
Don Diego de la Barrera, su número uno salió de prensa el 24 de octubre de
1790, aclarando que “en las ciudades
populosas son de muy grande utilidad los papeles públicos en los que se anuncia
á los vecinos quanto ha de hacerse en la semana referente á sus intereses o á
sus diversiones.”
El negocio ferrocarrilero le aportó sus dividendos a Don Claudio de
Pinillos, pues además de conectar rápidamente sus tierras e ingenios con el
puerto, hubo su negocio trapacero en unos terrenos suyos, recibiendo un
vueltecito. Recordemos la estación de
Villanueva, que años más tarde, favoreció otro negocito, esta vez para
construir la sede de la legislatura nacional, el Capitolio de La Habana, los
que se cambiaron por otros en el antiguo Arsenal. Por supuesto, también con
vueltecito a los bolsillos ajenos al pueblo.
Y el uso de la máquina de vapor también tuvo aquí su por primera vez. En 1803, un pequeño
barco se paseó por el río Sena; en 1807, otro surcó las aguas del Hudson,
mientras que Juan O’Farril, operó el Neptuno, para el cabotaje entre La Habana
y Matanzas, en 1819.
Para cerrar estos por primera
vez, quiero decir que la tradición de las mujeres habaneras como dirigentes
se remonta a los años en que el Adelantado Hernando de Soto se fue a la
conquista de La Florida, (y que le costó la vida), cuando dejó en su cargo, de
forma simbólica claro está, a su esposa Doña Leonor de Bobadilla, como
gobernadora de la Ysla. La Bobadilla se la pasaba en lo alto de la torre de La Fuerza,
mirando la entrada de la bahía para ver si regresa su aventurero esposo, (que
nunca regresó como es lógico) y ahora es el símbolo de nuestra bella ciudad.
Imagen 1:Primera plana del Papel Periódico de la
Havana.
Imagen 2: Friso que se conserva en la Antigua Casa
de Paradas de Garcini.
Imagen 3: Estación de Villanueva, aún sin demoler en
el Prado.
Imagen 4: Detalle de la Giraldilla.