Esperanzados debió ser el sentimiento primario de los 200 chinos que, el 3 de junio de 1847, desembarcaron en los desvencijados muelles del poblado habanero de Regla, propiedades de la Real Junta de Fomento de Agricultura y Comercio, garante de un lucrativo negocio que recién comenzaba y que dio pingües frutos.
Un tiempo antes, en 1844, Don Julián de Zulueta y Amondo, rico hacendado y negrero cubano, presentó un proyecto ante la Real Junta para importar obreros chinos procedentes del puerto de Amoy, región colindante con la provincia de Cantón, de donde procedería el grueso de los chinos que vino a Cuba. La Junta procedió entonces a enviar un agente para que estudiara de cerca las condiciones y conveniencias del negocio. Fue fiador Don Pedro Zulueta, propietario de la firma Zulueta and Company, radicada en Londres, que firmo los contratos con las casas Matía Menchacatorre, de Manila y Tait and Company, de la capital inglesa.
Si bien es cierto que algún que otro chino deambuló por esta bella ínsula antes de esa fecha, no dejó huellas palpables en nuestra historia, a no ser aquel misterioso sobrenombre de chinos manila, cuando los chinos nunca fueron de Manila, que es la capital filipina. Los aislados arribos bien pudieron proceder de alguna de las colonias inglesas en el Caribe.
Lo cierto es que La Habana resultó algo muy diferente a las promesas de encontrar el oro tirado por los campos, a la espera de brazos voluntariosos que lo recogieran. El único metal que hallaron fue el de los grilletes, el machete y el azadón, que entre nosotros se llama guataca. Los chinos que vinieron bajo el contrato de colonos culíes fueron timados de inicio a fin por los negreros criollos y los hacendados urgidos de mano de obra barata, y a la que no tuvieran que alimentar mucho, en todo caso, menos que a los esclavos africanos.
Dura la vida de aquellos y de los que llegaron más tarde, incluidos los que se alzaron en armas desde el mismo octubre liberador cubano. La sangre, la cultura y muchas tradiciones chinas se mezclaron en el ajiaco etnocultural que es la raíz y la esencia de nuestra nacionalidad.
Hoy, el bergantín español Oquedo, quedaría con algunas plazas vacías en sus bodegas pues los chinos nativos que aún viven en Cuba, arribantes en sucesivas oleadas de inmigrantes durante mas de cien años, no alcanza ni la cifra inicial de 200, pero su sangre se ha multiplicado en miles de descendientes de diversas generaciones. Comunidad que a duras penas sobrevive, sin que desde su interior yang fluya la nueva energía yin que se necesitamos para seguir adelante.