Si bien este trabajo no
salió en Fraternidad, es parte esencial del inicio de todo ese rescate.
El año 2013
tiene un significado especial para la Comunidad China de Cuba, en el mes de
octubre, se cumplen 30 años del inicio de las acciones de rescate de la
cultura, las artes y las tradiciones que los chinos trajeron a Cuba, hace ya
166 años.
Hay que
recordar que la primera entrada masiva de chinos a Cuba ocurrió el 3 de junio
de 1847, cuando al puerto de La Habana, arribó el bergantín español Oquendo con
206 chinos contratados para la agricultura colonial. El negocio estaba
sustentado en la amplia experiencia de los británicos con los llamados culíes,
en sus colonias del Mar de las Antillas. En Cuba, la Real Junta de Fomento
conoció de este tráfico de fuerza de trabajo y en 1844 envió un agente a China.
No es necesario decir que la Junta recibió informes favorables. Es entonces que
uno de los más ricos hacendados y esclavistas cubanos, Julián de Zulueta y
Amondo, presenta un proyecto para financiar la introducción de chinos
contratados. El negocio lo hace con la firma que posee su hermano Pedro de
Zulueta en Londres, quienes contactan a la casa Matía Menchacatorre, de Manila,
y a la Tait and Co, empresa inglesa establecida en el puerto de Amoy para
comerciar con culíes, desde una serie de barracones y depósitos construidos al
efecto en aquel puerto chino desde 1846.
Desde su
entrada a Cuba, los chinos sufrieron abusos y discriminación. Esas condiciones
de vida, unido a la natural rebeldía y el orgullo de una nación con una
historia milenaria, facilitó su incorporación a las luchas por la independencia
y la sociedad en gestación. Al terminar la guerra, muchos chinos habían logrado
alcanzar altos grados militares y uno de ellos, el teniente coronel José Bu, fue
de los cinco extranjeros que se habían ganado el derecho a aspirar a la
presidencia de la República. Sin embargo, fiel a su naturaleza sencilla y
humilde, renunció a las pompas y fundó una sociedad para reunir a las personas
de su apellido y procurarles ayuda y sostén.
Este mismo
espíritu de confraternidad animó a toda la Comunidad China de Cuba, a lo largo
de su historia. El Barrio Chino de La Habana llegó a ser, en los años 40 y 50
del Siglo XX, el más populoso y próspero de América Latina. Poseía teatros,
periódicos, revistas, negocios de todo tipo, grandes almacenes, una Cámara de
Comercio... Era común ver por las calles la Danza del León y otras
manifestaciones artísticas, junto a una elevada cultura gastronómica y
comercial. Pero el paso inexorable del tiempo, y diversos procesos de
re-emigración y distanciamiento entre Cuba y China, provocaron un declive en el
Barrio Chino de La Habana y su Comunidad.
Durante más
de 20 años, desde 1961 a
1983, los tambores y gongos fueron silenciados en el entorno del Barrio Chino
de La Habana. En el año 1982, la institución encargada de la cultura en Cuba,
encargó a sus investigadores y expertos, darse a la búsqueda de manifestaciones
de la cultura popular para confeccionar un Atlas, eso facilitó que el folclorista
Raúl Simanca Boulanger, (ya fallecido), contactara con las exiguas autoridades
de la Comunidad China, para rescatar algunas manifestaciones artísticas como la
pintura, la escultura y la música. Entonces se da a la tarea de investigar
sobre una danza que conocía por haberla visto alguna vez en su infancia durante
las fiestas del carnaval habanero: la danza del dragón, como erróneamente se le
llamaba en Cuba a la Danza del León.
Pasados
muchos avatares, un reducido grupo de personas, entre chinos y descendientes,
lograron rescatar implementos y movimientos esenciales. El 23 de octubre de
1983, en medio de las celebraciones por el Día de la Cultura Cubana, la Galería
de Arte de la calle Galiano, en el municipio de Centro Habana, fue escenario de
los toques bailes, mientras decenas de habaneros miraban asombrados. Aquel
ínfimo primer paso, precedió a la mayor muestra de piezas y objetos de origen
chino, donados por miembros de la Comunidad China al aún incierto Museo de
Centro Habana. Con el paso de algunos años, el rescate se fue haciendo mayor y
posibilitó un renacer, cual ave fénix, del sistema clánico de instituciones
tradicionales como son las sociedades chinas.
Cada con
pasos más firmes y largos, la Comunidad China de Cuba, vivió un nuevo esplendor
en los años 90y principios del siglo XXI. El Barrio recibió mejoras
arquitectónicas, urbanísticas y una especial atención socioeconómica, se logró
rescatar del olvido y los hogares domésticos, las antiquísimas tradiciones
culinarias de los chinos. En aquellos tiempos surgió una calle comercial que
aún perdura. La cultura alcanzó niveles aceptables con grupos de danza, de
artes plásticas, una Escuela de Artes Marciales, la ópera tradicional por las
voces de algunas antiguas actrices…
Muchas de
estas acciones se pudieron llevar a cabo por la creación de una institución de
carácter estatal, el Grupo Promotor del Barrio Chino de La Habana, que al
poseer un sólido andamiaje comercial, dedicaba recursos a las actividades
socioculturales. Poco tiempo después, por razones lógicas, pero no insalvables,
esta institución desapareció, dejando al Barrio Chino de La Habana, más
huérfano que nunca. Hoy sobrevive agónicamente.
Es en este
entorno que, por intermedio de la Escuela Cubana de Wushu, de excelentes
resultados deportivos, en la promoción de salud, en la propagación de la
cultura china entre los cubanos, que recordamos los 30 años del inicio del
rescate de la cultura que los chinos legaron a sus descendientes cubanos.