Un mensaje de FRATERNIDAD

Desde los años 30 del Siglo XX, y hasta principios de los 60, en el Barrio Chino de La Habana se editó la Revista Bilingüe FRATERNIDAD, voz oficial de la Asociación de Detallistas del Comercio de la Colonia China de Cuba.
En el año 2000 se logró rescatar esta publicación, que ahora tuvo una vida demasiado efímera, aunque se logró publicar suficientes materiales relacionados con la historia, la cultura y la actualidad de la Comunidad China de Cuba.
Lamentablemente, en el 2006, volvió a desaparecer.
AHORA INTENTO RESCATAR EL ESPÍRITU DE CONFRATERNIDAD DE AQUELLA PUBLICACIÓN.

jueves, 6 de noviembre de 2014

La Habana y ¿495 años?



Cuatro voces restallan en los altavoces de mi pc, la locura azul de Los zafiros, me deleita con su “Habana, hermosa Habana…”, una pieza emblemática de sus años de esplendor, cuando yo solo era un vejigo, al decir del tío que me crió.

Las bien engarzadas voces de esta joya cubana, me recuerdan que La Habana, mi hermosa Habana, cumple 495 años de fundada. O al menos eso es lo que vamos a celebrar porque, en realidad, esta Habana que amamos y padecemos, (al decir de un buen amigo y comentarista de Radio Ciudad), tiene unos cuatro o cinco años más. Ahora le cuento, pero vamos como es natural, desde el inicio.

La Villa primigenia.

Cuando los mal llamados descubridores llegaron a Cuba, el archipiélago estaba habitado por aborígenes, taínos y siboneyes, probablemente arribados por el largo arco de tierra que son las Antillas, desde algún punto del subcontinente sudamericano, pero me excuso porque de esto no sé mucho. Es así que cuando Sebastián de Ocampo realizó el bojeo a Cuba, por orden del Gobernador de La Española, Nicolás de Ovando, en 1508, debe haber sido el primero en poner sus españolas botas en la región occidental. Entre sus muchas peripecias se cuenta el haber carenado, es decir, reparar y avituallar sus naos, en una maravillosa bahía de bolsa, ubicada en la costa norte. Se dice en las crónicas y no es invento mío, que desembocaban tres ríos de aguas cristalinas y de excelente sabor, el bosque ofrecía fuertes maderas y… Levantaron el ancla y nadie se volvió a acordar de la Bahía de Carenas hasta 1510 o 1511, cuando Diego Velázquez inicia la conquista de Cuba y, cosas de los jefes, encarga la tarea de llegar al Occidente a Pánfilo de Narváez y al padre Bartolomé de las Casas, éste último con doble función, pues debía evangelizar y de paso, llevar los libros. Es en esta gira que llegan al cacicazgo de Habaguanex.

Pero creer que después fue cosa de coser y cantar, es… Es coser y cantar. La realidad fue dura y otra. La fundación de la penúltima de las villas primigenias está sumida en la oscuridad de casi medio milenio. La única referencia histórica que hubiera podido arrojar luz, los Libros del Cabildo anteriores a 1550, desaparecieron con el mismo misterio de la fundación, pero algunas referencias en otros documentos y cartas, dan la idea de que la villa se inició en la costa sur y es lógico, pues por aquel entones la navegación se hacía por el sur de Cuba. Se tiene como posible el 25 de julio de 1514 o el 25 de julio de 1515, en un punto cercano a la desembocadura del Río Onicajinal, bautizado como de Güines o Mayabeque, quizás por la actual Batabanó o en los alrededores del poblado artemiseño de San Cristóbal. El caso es que la costa norte es fangosa, tan llena de mosquitos como lo está La Habana de ahora y los primeros primeritos decidieron mudarse. Gracias a que los trámites en aquellos años eran muchos menos y ágiles de resolver, la naciente Villa se trasladó hacia las orillas de otro río, no menos caudaloso, limpio y agradable: el Casiguaguas, el que nosotros conocemos como Almendares, pero que ya no es caudaloso, ni limpio ni agradable. Quiero agregar que aquí también hay dudas, pues se afirma que se asentaron en La Chorrera, por donde tenemos Puentes Grandes.

El delta del Casiguaguas es bueno, el mar proporcionaba abundante pesca y abundantes peligros en la forma de piratas y bandidos, por eso, se acordó llevar el caserío, (quó otra cosa era entonces), hacia… ¡La Bahía de Carenas! Y seguimos con la incertidumbre, porque los primeros habaneros eran bastante inconformes y plantaron en la ensenada de Guasabacoa, para poco, poquísimo después, irse a la entrada de la Bahía. ¡Al fin!

La primera misa y cabildo.

Para dar fe y sustancia al hecho, se imponía una misa y cabildo, lo que según la tradición se hizo a la sombra de una centenaria ceiba. Dicen los que saben, aunque no sabemos cómo lo saben, que fue el 16 de noviembre del año del Señor de 1519. Como recordatorio de ese sagrado acto devocionario se erige en el supuesto lugar, el Templete y con él una ceiba que ya tiene 54 años, pues sembrada en 1960.


Mucho se ha discutido, estudiado, escrito y cobrado, acerca de los hechos que rememora El Templete. ¿Por qué bajo una frondosa ceiba? La verdad es que no hace falta ser muy leído y escribido para notar que, en aquel acto litúrgico todavía no existía el palacete de estilo grecorromano y, conociendo la brillantez y calentura del trópico, era natural, muy normal, que se hiciera a la sombra del robusto y coposo árbol, tomando en cuenta que la Villa era solo un caserío.
 
Por otro lado, la tradición señalaba a los árboles frondosos como sitios para amarrar a los esclavos majaderos y darle de palos para su enseñanza y ablandamiento. Ese poco noble fin debió tener la ceiba de marras. Pero no es todo. Las religiones africanas rinden culto al baobab, el más grande árbol de aquellas tierras y, aquí, esa tarea de sobresalir la ocupa la ceiba, por lo que es muy natural que las ofrendas y el simbolismo se vertieran en ella. No olvidemos que un gran sabio cubano, Don Fernando Ortíz, dedicó muchas horas de vigilia a desenredar el ajiaco cultural cubano y dejó para la posteridad, es decir nosotros, un enjundioso estudio sobre el sincretismo cultural y religioso.

Esta Habana que amamos y padecemos como dice el amigo Jorge Sariol, tiene muchos años, y nosotros, cada día, tenemos del deber de rejuvenecerla, de embellecerla y sobre todo, de cuidarla.

 Nota: Todas las fotos son de Julio Gerardo Hun Longchong, mi hijo de 15 años.

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