Cuatro voces restallan en los altavoces de mi pc, la locura azul de
Los zafiros, me deleita con su “Habana, hermosa Habana…”, una pieza emblemática
de sus años de esplendor, cuando yo solo era un vejigo, al decir del tío que me
crió.
Las bien engarzadas voces de esta joya cubana, me recuerdan que La
Habana, mi hermosa Habana, cumple 495
años de fundada. O al menos eso es lo que vamos a celebrar porque, en realidad,
esta Habana que amamos y padecemos, (al decir de un buen amigo y comentarista
de Radio Ciudad), tiene unos cuatro o cinco años más. Ahora le cuento, pero
vamos como es natural, desde el inicio.
La Villa primigenia.
Cuando los mal llamados descubridores llegaron a Cuba, el archipiélago
estaba habitado por aborígenes, taínos y siboneyes, probablemente arribados por
el largo arco de tierra que son las Antillas, desde algún punto del
subcontinente sudamericano, pero me excuso porque de esto no sé mucho. Es así
que cuando Sebastián de Ocampo realizó el bojeo a Cuba, por orden del
Gobernador de La Española, Nicolás de Ovando, en 1508, debe haber sido el
primero en poner sus españolas botas en la región occidental. Entre sus muchas
peripecias se cuenta el haber carenado, es decir, reparar y avituallar sus
naos, en una maravillosa bahía de bolsa, ubicada en la costa norte. Se dice en
las crónicas y no es invento mío, que desembocaban tres ríos de aguas
cristalinas y de excelente sabor, el bosque ofrecía fuertes maderas y…
Levantaron el ancla y nadie se volvió a acordar de la Bahía de Carenas hasta
1510 o 1511, cuando Diego Velázquez inicia la conquista de Cuba y, cosas de los
jefes, encarga la tarea de llegar al Occidente a Pánfilo de Narváez y al padre
Bartolomé de las Casas, éste último con doble función, pues debía evangelizar y
de paso, llevar los libros. Es en esta gira que llegan al cacicazgo de Habaguanex.
Pero creer que después fue cosa de coser y cantar, es… Es coser y
cantar. La realidad fue dura y otra. La fundación de la penúltima de las villas
primigenias está sumida en la oscuridad de casi medio milenio. La única
referencia histórica que hubiera podido arrojar luz, los Libros del Cabildo
anteriores a 1550, desaparecieron con el mismo misterio de la fundación, pero
algunas referencias en otros documentos y cartas, dan la idea de que la villa
se inició en la costa sur y es lógico, pues por aquel entones la navegación se
hacía por el sur de Cuba. Se tiene como posible el 25 de julio de 1514 o el 25
de julio de 1515, en un punto cercano a la desembocadura del Río Onicajinal,
bautizado como de Güines o Mayabeque, quizás por la actual Batabanó o en los
alrededores del poblado artemiseño de San Cristóbal. El caso es que la costa
norte es fangosa, tan llena de mosquitos como lo está La Habana de ahora y los
primeros primeritos decidieron mudarse. Gracias a que los trámites en aquellos
años eran muchos menos y ágiles de resolver, la naciente Villa se trasladó
hacia las orillas de otro río, no menos caudaloso, limpio y agradable: el
Casiguaguas, el que nosotros conocemos como Almendares, pero que ya no es
caudaloso, ni limpio ni agradable. Quiero agregar que aquí también hay dudas,
pues se afirma que se asentaron en La Chorrera, por donde tenemos Puentes
Grandes.
El delta del Casiguaguas es bueno, el mar proporcionaba abundante
pesca y abundantes peligros en la forma de piratas y bandidos, por eso, se
acordó llevar el caserío, (quó otra cosa era entonces), hacia… ¡La Bahía de Carenas! Y
seguimos con la incertidumbre, porque los primeros habaneros eran bastante
inconformes y plantaron en la ensenada de Guasabacoa, para poco, poquísimo
después, irse a la entrada de la Bahía. ¡Al fin!
La primera misa y cabildo.
Para dar fe y sustancia al hecho, se imponía una misa y cabildo, lo
que según la tradición se hizo a la sombra de una centenaria ceiba. Dicen los
que saben, aunque no sabemos cómo lo saben, que fue el 16 de noviembre del año
del Señor de 1519. Como recordatorio de ese sagrado acto devocionario se erige
en el supuesto lugar, el Templete y con él una ceiba que ya tiene 54 años, pues
sembrada en 1960.
Mucho se ha discutido, estudiado, escrito y cobrado, acerca de los
hechos que rememora El Templete. ¿Por qué bajo una frondosa ceiba? La verdad es
que no hace falta ser muy leído y
escribido para notar que, en aquel acto litúrgico todavía no existía el
palacete de estilo grecorromano y, conociendo la brillantez y calentura del
trópico, era natural, muy normal, que se hiciera a la sombra del robusto y
coposo árbol, tomando en cuenta que la Villa era solo un caserío.
Por otro lado, la tradición señalaba a los árboles frondosos como sitios para amarrar a los esclavos majaderos y darle de palos para su enseñanza y ablandamiento. Ese poco noble fin debió tener la ceiba de marras. Pero no es todo. Las religiones africanas rinden culto al baobab, el más grande árbol de aquellas tierras y, aquí, esa tarea de sobresalir la ocupa la ceiba, por lo que es muy natural que las ofrendas y el simbolismo se vertieran en ella. No olvidemos que un gran sabio cubano, Don Fernando Ortíz, dedicó muchas horas de vigilia a desenredar el ajiaco cultural cubano y dejó para la posteridad, es decir nosotros, un enjundioso estudio sobre el sincretismo cultural y religioso.
Nota: Todas las fotos son de Julio Gerardo Hun Longchong, mi hijo de 15 años.
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