Un mensaje de FRATERNIDAD

Desde los años 30 del Siglo XX, y hasta principios de los 60, en el Barrio Chino de La Habana se editó la Revista Bilingüe FRATERNIDAD, voz oficial de la Asociación de Detallistas del Comercio de la Colonia China de Cuba.
En el año 2000 se logró rescatar esta publicación, que ahora tuvo una vida demasiado efímera, aunque se logró publicar suficientes materiales relacionados con la historia, la cultura y la actualidad de la Comunidad China de Cuba.
Lamentablemente, en el 2006, volvió a desaparecer.
AHORA INTENTO RESCATAR EL ESPÍRITU DE CONFRATERNIDAD DE AQUELLA PUBLICACIÓN.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

La Villa es ciudad.



La Habana fue durante muchos años una villa, la penúltima fundada por los conquistadores. Pero llegó el momento en que su crecimiento e importancia estratégica le concedieron el derecho a ostentar el título de Ciudad. ¿Cuáles fueron las condiciones que favorecieron esta Merced del Rey de España? Vamos por partes.

En 1550, el gobernador de la Isla era el doctor Gonzalo Pérez de Angulo, aún con residencia en Santiago de Cuba pero ante las bondades de La Habana y su puerto, decidió trasladar la gobernación a la villa occidental. Poco después, en 1556, el capitán Diego de Mazariegos recibió la orden real de fijarla definitivamente aquí, “por ser lugar de reunión de las naos de todas las Yndias y la llave destas.”

Sucesivamente los gobernadores, así como las autoridades locales, léase Regidores, y los vecinos, enviaron peticiones a los Reyes para que concediera a la villa el título de Ciudad, lo que finalmente fue aprobado por Real Cédula.

Don Felipe, por la gracia de Dios, Rey de Castilla, accedió a que la novel ciudad “se ennoblezca y aumente”  y también afirmó que “los Reyes que después de mi vinieren; a los cuales encargo que amparen y favorezcan a esta nueva ciudad y le guarden y haga guardar las dichas gracias y privilegios”. Y para constancia de los actuales y sucesores, y nosotros también, firmó en Eras, el 20 de diciembre de 1592, aunque no sabemos si sabía escribir porque el texto lo redactó, siempre diciendo que por mandato real, el secretario Juan Vázquez.


Como toda ciudad que se respetara, la Ciudad de San Cristóbal de La Habana debía tener su escudo de armas y aunque no se conoce a ciencia cierta la fecha exacta de este otorgamiento, sí se sabe que en la reunión del Cabildo habanero del 30 de enero de 1665, el capitán general Don Francisco Dávila Orejón y Gastón, hizo la propuesta de incluir en el escudo tres castillos y una llave, por ser tres las fortalezas defensoras y sus símbolos (La Punta, la Fuerza y el Morro) y Cuba, la llave del Golfo.

Hechas las diligencias, no es hasta el Cabildo del 20 de Mayo de 1666, que se da cuenta de una Real Cédula, firmada por la Reina Gobernadora y con letra y puño del secretario Don Pedro de Medrano, que hace alusión expresa al escudo de la Ciudad y al descuido, por no haberse encontrado la merced anterior que lo aprobaba.

Lo curioso de todo este embrollo es que se multiplicó a lo largo de los siglos, pues la Ciudad tuvo un gran número de escudos,  aunque en todos se mantuvieron las tres torres y la llave. Es por ello que gracias a la ingente labor de Emilio Roig de Leuchsenring, primer historiador de la Ciudad y creador de su Oficina como institución pública, en las actas del Ayuntamiento de La Habana, del 11 de noviembre de 1938, siendo Alcalde el doctor Antonio Beruff Mendieta, se aprobó un escudo oficial, blasonado así:
-        Un campo azul;
-    Tres castillo de plata, alineados en faja, cada uno almenado de cuatro merlones y donjuanado (torreado) de una torre de homenaje con merlones;
-       Una llave de oro, con el anillo a la derecha y el paletón hacia abajo;
-       Corona mural de oro, con un círculo mural de cuatro puertas;
-       Dos ramos de encina al natural, cruzados bajo la punta y atados.

Durante estos casi cinco siglos de historia, la ciudad de La Habana, ha exhibido el orgullo de ser no solo la llave de las Américas, sino una ciudad cosmopolita, maravillosa por su variada arquitectura, por la limpieza de su cielo y, algo curioso en el mundo, su escasa altura. No abundan los edificios altos, por lo que ver una gran extensión de la ciudad es posible desde algunas de sus siete lomas. Por ejemplo, usted se ubica en algunas partes de Lawton y San Miguel del Padrón y la vista alcanza hasta el mar, mostrando un abigarrado y colorido conjunto de techos y azoteas.

Algo similar ocurre en el mirador del Monumento a José Martí, en la Plaza de la Revolución. Con una altura de 112,75 metros hasta la torre de remate y de 141,95 hasta los faros y banderas, es el punto más alto de la ciudad y permite una visión de hasta 60 kilómetros.

Recorrer la urbe, y no subir a su mirador, como ir a la guerra y no llevar el fusil. Así se pierden casi cinco siglos de historia, de una villa andante que llegó a la bahía para quedar para siempre como la Ciudad de La Habana.

Imagen 1: Primera página de un Acta Capitular de 1556.
Imagen 2: Posible uno de los primeros escudos habaneros, de un Acta de 1666.
Imagen 3: Otro escudo de la misma Acta de 1666.

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