Ha muerto
Mandela.
Asuntos de trabajo me impidieron
escribir estas líneas en la misma mañana
de su fallecimiento. No por tardía, espero que sea menos sentida. El mundo
pierde a uno de sus últimos líderes mundiales, pierde un hombre gigante que
nunca dejó de ser sencillo y especialmente, humano.
No todos los grandes hombres
coinciden en sí mismos como ejemplos de humildad, entendimiento, paciencia y
armonía. En este mismo instante, solo recuerdo dos: José Martí y Mahatma
Gandhi. Sacrificio personal y voluntad férrea para cumplir sus ideales. Madiba
también reunió esas cualidades en su larga vida.
Ha muerto Mandela. Dejó de respirar
el aire libre de su Sudáfrica, quien fuera Premio Nobel de la Paz en 1993,
(junto con Frederik Willem de Klerk), quien más que de izquierda, o comunista
como alguna vez lo calificaron, fue un demócrata. En uno de sus primeros
discursos como presidente llamó a la población negra a que botaran al mar sus
cuchillos, sus machetes y sus armas. Una nueva Sudáfrica no podía nacer con odios
ni venganzas y durante su vida, siempre intentó convencer de lo imprescindible
que es olvidar el pasado y emprender el camino al futuro con la mirada al
frente.
Su integridad fue tal que, al conocer
los crímenes cometidos durante los años del apartheid, fue capaz de aceptar y
condenar, incluso, los cometidos por su propia organización, el African
National Congress, ANC. Fue capaz de apartarse del poder, en el momento de
comprender que a otros le correspondía esa tarea: jamás quiso entronizarse ni
ser tutor de la nación. Eso lo hizo más grande y querido, porque además, como
todo ser humano, amó.
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