Un mensaje de FRATERNIDAD

Desde los años 30 del Siglo XX, y hasta principios de los 60, en el Barrio Chino de La Habana se editó la Revista Bilingüe FRATERNIDAD, voz oficial de la Asociación de Detallistas del Comercio de la Colonia China de Cuba.
En el año 2000 se logró rescatar esta publicación, que ahora tuvo una vida demasiado efímera, aunque se logró publicar suficientes materiales relacionados con la historia, la cultura y la actualidad de la Comunidad China de Cuba.
Lamentablemente, en el 2006, volvió a desaparecer.
AHORA INTENTO RESCATAR EL ESPÍRITU DE CONFRATERNIDAD DE AQUELLA PUBLICACIÓN.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Algunos Por primera vez…



Una ciudad con casi 500 años de existencia, tuvo sus emocionantes momentos de la primera vez que…  De algunos de ellos quiero hablar ahora.

Según los más avezados historiadores, los primeros años de la Villa fueron difíciles, (la historia se repite una y otra vez). Las calles eran fanguizales y hasta empedrarla fue un acontecimiento que signó el nombre de una. Pero lo más complicado no fue eso, es que los sancristobaleros no se podían enfermar porque los servicios médicos eran inexistentes: no había medico ni farmacéutico.

Esta comprobado que el primer médico que arribó a esta urbe, con titulo y permiso para ejercer, fue el licenciado Gamarra, por el año 1569. Pero eso, desde mucho antes, Juan Gómez, poseía patente de barbero y cirujano, lo que hacía de los hidalgos habaneros, gente de buen ver, pelados y afeitados y, los aquejados, veían salir de sus vientres la maldita apéndice.

El tal Juan Gómez, recibió su permiso en el Cabildo del 26 de agosto de 1552, bajo la presidencia del gobernador doctor Gonzalo Pérez de Angulo, por considerarlo “maestro examinado en el dicho oficio é hábil é suficiente para lo usar y ejercer.” Y para que no hubiera dudas, se prohibió durante el tiempo que el Gómez residiera, que otra persona cortara pelos y barbas y amputara, curara y demás actos de la cirugía. Monopolio absoluto, vaya usted a saber cuánto pagaba de impuestos.

Otro por primera vez lo protagonizó la imprenta, introducida en La Habana, allá por el año del Señor de 1723, de la mano de un extranjero, el belga Carlos Habré, nacido en Gante. Y aunque algunos afirman que el avezado flamenco hizo algún dinerillo por la izquerda, lo cierto es que la primera muestra que se conserva de su hacer es la llamada Tarifa General de Precios de Medicina, el mencionado año de 1723. El folleto tiene 26 páginas y en ellas aparecen, por orden alfabético, las medicinas y los precios.

La primera publicación oficial tenía cuatro páginas y era muy parecida a un diario de avisos de Madrid y salía por ordenes expresas del gobernador Conde de Ricla, en el año 1754, desde la imprenta de Blas de los Olivos, en la Capitanía General. También fue de las primeras la Gaceta de La Havana, con uve, cuyo número fundacional fue leído el 8 de noviembre de 1782. Una nota curiosa es que el precursor de la libertad americana, Francisco de Miranda, quien residía en La Habana, censuró públicamente el relajo de la Gaceta, en la forma de desorden en la presentación y erratas.


Y llegó el momento de mencionar al primer periódico literario: el Papel Periódico de la Havana, aparecido en 1790. Fundado por Don Tomás Romay y Don Diego de la Barrera, su número uno salió de prensa el 24 de octubre de 1790, aclarando que “en las ciudades populosas son de muy grande utilidad los papeles públicos en los que se anuncia á los vecinos quanto ha de hacerse en la semana referente á sus intereses o á sus diversiones.”

En el interín, desde 1790 hasta 1837, hubo otros por primera vez, pero el que mencionaré ahora también fue por primera vez para muchos países. El ferrocarril, con empleo del vapor como fuerza motriz, surgió en Gran Bretaña en el año 1825, llegó a los Estados Unidos en 18937 y se inauguró en Cuba… ¡el mismo año! ¿Cómo fue? La iniciativa de implantar este adelanto tecnológico partió de una grupo de avezados hacendados criollos, reunidos en la Real Sociedad Económica de Amigos del País, quienes enviaron embajada a Gran Bretaña a solo un año de la puesta en práctica del invento. La Comisión presidida por Don Claudio de Pinillos, Conde de Villanueva, quien también pidió licencia al Rey Fernando Séptimo para probarlo en Cuba. El 19 de noviembre de 1837, se inauguró, con bombos y platillos, el tramo de línea férrea que unía a La Habana con Bejucal, partiendo desde la Casa de Paradas de Garcini, verdadera estación de diligencias, desde la calle Estrella y Maloja. El segundo tramo se inauguró un año exacto después y llegaba hasta Güines, donde se alojaban las posesiones agrícolas del Conde. Fue el sexto ferrocarril en el mundo, primero incluso que los construidos en la metrópoli.

El negocio ferrocarrilero le aportó sus dividendos a Don Claudio de Pinillos, pues además de conectar rápidamente sus tierras e ingenios con el puerto, hubo su negocio trapacero en unos terrenos suyos, recibiendo un vueltecito.  Recordemos la estación de Villanueva, que años más tarde, favoreció otro negocito, esta vez para construir la sede de la legislatura nacional, el Capitolio de La Habana, los que se cambiaron por otros en el antiguo Arsenal. Por supuesto, también con vueltecito a los bolsillos ajenos al pueblo.

Y el uso de la máquina de vapor también tuvo aquí su por primera vez. En 1803, un pequeño barco se paseó por el río Sena; en 1807, otro surcó las aguas del Hudson, mientras que Juan O’Farril, operó el Neptuno, para el cabotaje entre La Habana y Matanzas, en 1819.


Para cerrar estos por primera vez, quiero decir que la tradición de las mujeres habaneras como dirigentes se remonta a los años en que el Adelantado Hernando de Soto se fue a la conquista de La Florida, (y que le costó la vida), cuando dejó en su cargo, de forma simbólica claro está, a su esposa Doña Leonor de Bobadilla, como gobernadora de la Ysla. La Bobadilla se la pasaba en lo alto de la torre de La Fuerza, mirando la entrada de la bahía para ver si regresa su aventurero esposo, (que nunca regresó como es lógico) y ahora es el símbolo de nuestra bella ciudad.


Imagen 1:Primera plana del Papel Periódico de la Havana.
Imagen 2: Friso que se conserva en la Antigua Casa de Paradas de Garcini.
Imagen 3: Estación de Villanueva, aún sin demoler en el Prado.
Imagen 4: Detalle de la Giraldilla.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

La Villa es ciudad.



La Habana fue durante muchos años una villa, la penúltima fundada por los conquistadores. Pero llegó el momento en que su crecimiento e importancia estratégica le concedieron el derecho a ostentar el título de Ciudad. ¿Cuáles fueron las condiciones que favorecieron esta Merced del Rey de España? Vamos por partes.

En 1550, el gobernador de la Isla era el doctor Gonzalo Pérez de Angulo, aún con residencia en Santiago de Cuba pero ante las bondades de La Habana y su puerto, decidió trasladar la gobernación a la villa occidental. Poco después, en 1556, el capitán Diego de Mazariegos recibió la orden real de fijarla definitivamente aquí, “por ser lugar de reunión de las naos de todas las Yndias y la llave destas.”

Sucesivamente los gobernadores, así como las autoridades locales, léase Regidores, y los vecinos, enviaron peticiones a los Reyes para que concediera a la villa el título de Ciudad, lo que finalmente fue aprobado por Real Cédula.

Don Felipe, por la gracia de Dios, Rey de Castilla, accedió a que la novel ciudad “se ennoblezca y aumente”  y también afirmó que “los Reyes que después de mi vinieren; a los cuales encargo que amparen y favorezcan a esta nueva ciudad y le guarden y haga guardar las dichas gracias y privilegios”. Y para constancia de los actuales y sucesores, y nosotros también, firmó en Eras, el 20 de diciembre de 1592, aunque no sabemos si sabía escribir porque el texto lo redactó, siempre diciendo que por mandato real, el secretario Juan Vázquez.


Como toda ciudad que se respetara, la Ciudad de San Cristóbal de La Habana debía tener su escudo de armas y aunque no se conoce a ciencia cierta la fecha exacta de este otorgamiento, sí se sabe que en la reunión del Cabildo habanero del 30 de enero de 1665, el capitán general Don Francisco Dávila Orejón y Gastón, hizo la propuesta de incluir en el escudo tres castillos y una llave, por ser tres las fortalezas defensoras y sus símbolos (La Punta, la Fuerza y el Morro) y Cuba, la llave del Golfo.

Hechas las diligencias, no es hasta el Cabildo del 20 de Mayo de 1666, que se da cuenta de una Real Cédula, firmada por la Reina Gobernadora y con letra y puño del secretario Don Pedro de Medrano, que hace alusión expresa al escudo de la Ciudad y al descuido, por no haberse encontrado la merced anterior que lo aprobaba.

Lo curioso de todo este embrollo es que se multiplicó a lo largo de los siglos, pues la Ciudad tuvo un gran número de escudos,  aunque en todos se mantuvieron las tres torres y la llave. Es por ello que gracias a la ingente labor de Emilio Roig de Leuchsenring, primer historiador de la Ciudad y creador de su Oficina como institución pública, en las actas del Ayuntamiento de La Habana, del 11 de noviembre de 1938, siendo Alcalde el doctor Antonio Beruff Mendieta, se aprobó un escudo oficial, blasonado así:
-        Un campo azul;
-    Tres castillo de plata, alineados en faja, cada uno almenado de cuatro merlones y donjuanado (torreado) de una torre de homenaje con merlones;
-       Una llave de oro, con el anillo a la derecha y el paletón hacia abajo;
-       Corona mural de oro, con un círculo mural de cuatro puertas;
-       Dos ramos de encina al natural, cruzados bajo la punta y atados.

Durante estos casi cinco siglos de historia, la ciudad de La Habana, ha exhibido el orgullo de ser no solo la llave de las Américas, sino una ciudad cosmopolita, maravillosa por su variada arquitectura, por la limpieza de su cielo y, algo curioso en el mundo, su escasa altura. No abundan los edificios altos, por lo que ver una gran extensión de la ciudad es posible desde algunas de sus siete lomas. Por ejemplo, usted se ubica en algunas partes de Lawton y San Miguel del Padrón y la vista alcanza hasta el mar, mostrando un abigarrado y colorido conjunto de techos y azoteas.

Algo similar ocurre en el mirador del Monumento a José Martí, en la Plaza de la Revolución. Con una altura de 112,75 metros hasta la torre de remate y de 141,95 hasta los faros y banderas, es el punto más alto de la ciudad y permite una visión de hasta 60 kilómetros.

Recorrer la urbe, y no subir a su mirador, como ir a la guerra y no llevar el fusil. Así se pierden casi cinco siglos de historia, de una villa andante que llegó a la bahía para quedar para siempre como la Ciudad de La Habana.

Imagen 1: Primera página de un Acta Capitular de 1556.
Imagen 2: Posible uno de los primeros escudos habaneros, de un Acta de 1666.
Imagen 3: Otro escudo de la misma Acta de 1666.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Los primeros vecinos de La Habana



Por su condición de capital, La Habana, es la ciudad más poblada de Cuba. Sus habitantes pasan del millón y medio, más cerca de medio millón de temporales aunque muchas veces es difícil definirlos. Algo así le ha ocurrido a una parte muy importante de los habaneros actuales: algunos vinieron explorando las bellezas naturales y las opciones de vida y… Luego vinieron los padres, tíos y sobrinos de visita. Generalmente esas visitas, si son del Oriente cubano se prolongan en el tiempo mucho más allá de lo imaginable.

Pero el tema de las migraciones internas no es el que me anima a esta crónica, sino rememorar a los primeros vecinos de la Villa, que está al cumplir de modo oficial, 495 años.

Se puede afirmar que la población sancristobalera era escasa en los primeros decenios. En 1544, las actas recogen la presencia de 40 vecinos, pero usted, amigo, no se deje engañar por las cifras. Tal y como ocurre ahora mismo, los vecinos eran aquellos cuyo domicilio oficial era La Habana, debían ser blancos, libres, con algún billete y algo de propiedades, lo que desprende que los esclavos, los pocos aborígenes que quedaban y aquellos que no tuvieran un cobre, no podían ser vecinos. Residían, sí, pero no podían ejercer cargos públicos ni tener vida elegante. Por ejemplo el documento que da cuenta de la cifra de vecinos en 1544, agrega que también vivían 120 indios naborías naturales, 200 esclavos, un clérigo y un sacristán. Diez años más tarde, en 1554, ya eran cerca de 700 y en 1590, la Villa de San Cristóbal de La Havana, con uve, tenía registrados 800 vecinos y 4 mil almas.
 
Los habaneros se dividían en vecinos, moradores y estantes. De los vecinos ya hablamos, así que los moradores residían sin propiedades aunque era posible que re emigraran o no lograran el derecho a la vecindad y los estantes eran aquellos que no poseían casa, ni mujer, ni hacienda, ni padre, ni madre. Como diría el excelso Héctor Zumbado: la cagástrofe.

En cuanto a los llamados indios había muy pocos, la mayoría había sido segregada a Guanabacoa, como poblado de indios y algunos procedentes de México, ocupaban terrenos en el barrio de Campeche.

Ya la villa como ciudad principal, lo que nunca logró Santiago (casi todas las ciudades de Santiago llegaron a ser capitales o al menos de gran importancia), fue asiento del gobierno colonial y por eso entre sus primeros vecinos se cuenta con no pocos abolengos, como Juan Velázquez de León, pariente del Adelantado Don Diego; Alonso Hernández de Puertocarrero; Gonzalo de Sandovel. Más tarde estaba Diego de Soto y Alonso de Rojas, el capitán Arrate, los hermanos Martin y Antón Recio…

Antón Recio merece un aparte. Su segundo apellido era Castaños y se le conocía como gran propietario y alto funcionario de la Corona en esta villa. Se casó con otra propietaria, Catalina Hernández, y de ese modo unió sus propiedades con el mayorazgo de esta. Esa fue la herencia que le dejó a su hijo bastardo Juan Recio, nacido de una india de Guanabacoa que, según el chismorreo de la época, descendía a su vez del cacique guanabacoense. Antón Recio logró una Providencia Real para legitimar a su primogénito y dejarle todo.

Muchos de aquellos apellidos avecindados quedaron para nosotros en los nombres de calles de la Habana, tanto de intramuros como del exterior y no en pocas ocasiones se nos escapa su origen, por desconocer una parte de la historia de esta ciudad que amamos y padecemos.

Imagen 1: Plano de la Villa en 1603, realizado por el cartógrafo Cristóbal de la Roda.
Imagen 2: Primera página de las Actas Capitulares de julio de 1550.

jueves, 6 de noviembre de 2014

La Habana y ¿495 años?



Cuatro voces restallan en los altavoces de mi pc, la locura azul de Los zafiros, me deleita con su “Habana, hermosa Habana…”, una pieza emblemática de sus años de esplendor, cuando yo solo era un vejigo, al decir del tío que me crió.

Las bien engarzadas voces de esta joya cubana, me recuerdan que La Habana, mi hermosa Habana, cumple 495 años de fundada. O al menos eso es lo que vamos a celebrar porque, en realidad, esta Habana que amamos y padecemos, (al decir de un buen amigo y comentarista de Radio Ciudad), tiene unos cuatro o cinco años más. Ahora le cuento, pero vamos como es natural, desde el inicio.

La Villa primigenia.

Cuando los mal llamados descubridores llegaron a Cuba, el archipiélago estaba habitado por aborígenes, taínos y siboneyes, probablemente arribados por el largo arco de tierra que son las Antillas, desde algún punto del subcontinente sudamericano, pero me excuso porque de esto no sé mucho. Es así que cuando Sebastián de Ocampo realizó el bojeo a Cuba, por orden del Gobernador de La Española, Nicolás de Ovando, en 1508, debe haber sido el primero en poner sus españolas botas en la región occidental. Entre sus muchas peripecias se cuenta el haber carenado, es decir, reparar y avituallar sus naos, en una maravillosa bahía de bolsa, ubicada en la costa norte. Se dice en las crónicas y no es invento mío, que desembocaban tres ríos de aguas cristalinas y de excelente sabor, el bosque ofrecía fuertes maderas y… Levantaron el ancla y nadie se volvió a acordar de la Bahía de Carenas hasta 1510 o 1511, cuando Diego Velázquez inicia la conquista de Cuba y, cosas de los jefes, encarga la tarea de llegar al Occidente a Pánfilo de Narváez y al padre Bartolomé de las Casas, éste último con doble función, pues debía evangelizar y de paso, llevar los libros. Es en esta gira que llegan al cacicazgo de Habaguanex.

Pero creer que después fue cosa de coser y cantar, es… Es coser y cantar. La realidad fue dura y otra. La fundación de la penúltima de las villas primigenias está sumida en la oscuridad de casi medio milenio. La única referencia histórica que hubiera podido arrojar luz, los Libros del Cabildo anteriores a 1550, desaparecieron con el mismo misterio de la fundación, pero algunas referencias en otros documentos y cartas, dan la idea de que la villa se inició en la costa sur y es lógico, pues por aquel entones la navegación se hacía por el sur de Cuba. Se tiene como posible el 25 de julio de 1514 o el 25 de julio de 1515, en un punto cercano a la desembocadura del Río Onicajinal, bautizado como de Güines o Mayabeque, quizás por la actual Batabanó o en los alrededores del poblado artemiseño de San Cristóbal. El caso es que la costa norte es fangosa, tan llena de mosquitos como lo está La Habana de ahora y los primeros primeritos decidieron mudarse. Gracias a que los trámites en aquellos años eran muchos menos y ágiles de resolver, la naciente Villa se trasladó hacia las orillas de otro río, no menos caudaloso, limpio y agradable: el Casiguaguas, el que nosotros conocemos como Almendares, pero que ya no es caudaloso, ni limpio ni agradable. Quiero agregar que aquí también hay dudas, pues se afirma que se asentaron en La Chorrera, por donde tenemos Puentes Grandes.

El delta del Casiguaguas es bueno, el mar proporcionaba abundante pesca y abundantes peligros en la forma de piratas y bandidos, por eso, se acordó llevar el caserío, (quó otra cosa era entonces), hacia… ¡La Bahía de Carenas! Y seguimos con la incertidumbre, porque los primeros habaneros eran bastante inconformes y plantaron en la ensenada de Guasabacoa, para poco, poquísimo después, irse a la entrada de la Bahía. ¡Al fin!

La primera misa y cabildo.

Para dar fe y sustancia al hecho, se imponía una misa y cabildo, lo que según la tradición se hizo a la sombra de una centenaria ceiba. Dicen los que saben, aunque no sabemos cómo lo saben, que fue el 16 de noviembre del año del Señor de 1519. Como recordatorio de ese sagrado acto devocionario se erige en el supuesto lugar, el Templete y con él una ceiba que ya tiene 54 años, pues sembrada en 1960.


Mucho se ha discutido, estudiado, escrito y cobrado, acerca de los hechos que rememora El Templete. ¿Por qué bajo una frondosa ceiba? La verdad es que no hace falta ser muy leído y escribido para notar que, en aquel acto litúrgico todavía no existía el palacete de estilo grecorromano y, conociendo la brillantez y calentura del trópico, era natural, muy normal, que se hiciera a la sombra del robusto y coposo árbol, tomando en cuenta que la Villa era solo un caserío.
 
Por otro lado, la tradición señalaba a los árboles frondosos como sitios para amarrar a los esclavos majaderos y darle de palos para su enseñanza y ablandamiento. Ese poco noble fin debió tener la ceiba de marras. Pero no es todo. Las religiones africanas rinden culto al baobab, el más grande árbol de aquellas tierras y, aquí, esa tarea de sobresalir la ocupa la ceiba, por lo que es muy natural que las ofrendas y el simbolismo se vertieran en ella. No olvidemos que un gran sabio cubano, Don Fernando Ortíz, dedicó muchas horas de vigilia a desenredar el ajiaco cultural cubano y dejó para la posteridad, es decir nosotros, un enjundioso estudio sobre el sincretismo cultural y religioso.

Esta Habana que amamos y padecemos como dice el amigo Jorge Sariol, tiene muchos años, y nosotros, cada día, tenemos del deber de rejuvenecerla, de embellecerla y sobre todo, de cuidarla.

 Nota: Todas las fotos son de Julio Gerardo Hun Longchong, mi hijo de 15 años.